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17-01-2021

 

Marcelo Aguiar Pardo y la ciencia oficial

 

SURda

Notas

Opinión

 

Luis E. Sabini Fernández

 

Porqué la nota “Los negacionistas” hace agua

 

Marcelo Aguiar Pardo ha presentado una crítica contundente a algunos enfoques del momento actual que está viviendo la humanidad sometida a un régimen de pandemia.
Una primera aproximación a su enfoque es la calificación de negacionistas, genérica, para quienes niegan la existencia del virus declarado origen de la pandemia y quienes critican el trámite de lidia con dicho virus y por consiguiente no niegan la existencia de la enfermedad.
Lo que ha hecho, en cambio, Aguiar Pardo es tratarlos por separado (en sendos artículos: “Conspiravirus, la otra pandemia” y “Los negacionistas”).
Como estamos de acuerdo con la existencia de un virus patógeno nuevo, voy a concentrar mi abordaje en la segunda nota “Los negacionistas”, aunque llamando la atención al hecho que nuestro autor los meta en la misma bolsa (aunque en dos bolsitas separadas).
Aguiar Pardo critica el rechazo de la ciencia oficial de estos últimos negacionistas, quienes la entrecomillan para criticarla “de un modo más solapado”.
Con semejante caracterización, la presunta ecuanimidad de nuestro autor queda maltrecha, sobre todo porque a la vez plantea observaciones no arrebatadas ni emocionales. Y el cargo de solapado desnuda así su propia animosidad.
Lo que le molesta a Aguiar Pardo es el cuestionamiento a la ciencia ortodoxa y la apelación a una ciencia alternativa. Le parece algo espurio: “cuestionan lo que denominan ciencia oficial, reivindican una ciencia alternativa […]”. Con lo cual da por sentada una ciencia incondicionada, plena (o absoluta) en su calidad epistemológica.
Este punto de partida de Aguiar Pardo es lo que, a mi modo de ver, pone en entredicho su planteo.
Porque la ciencia “baja” al mundo a través de redes de conocimiento, universitarias, empresariales, y éstas; las redes de asiento de desarrollo científico, expresan una política, expresa o más a menudo tácita, como lo reconocía un científico tan neto y “duro” como el Nobel César Milstein.[1]
Podemos también pasar de la ciencia propiamente dicha a las organizaciones que la “encarnen”. Tomemos el ejemplo de la OMS, en su origen una organización supranacional, de orden público, surgida desde la ONU.
Con el retiro de subvenciones nacionales originarias, el aparato médico-administrativo de la OMS se vio condenado a desaparecer. Pero no lo hizo, porque aparecieron suficientes aportantes privados que mantuvieron en funcionamiento el aparato organizativo de la OMS.
El aporte provino de entidades farmacológicas transnacionales y/o de grandes contribuyentes filantrópicos, caso los Gates o Soros. ¿Podemos hablar de objetividad científica en las labores de la OMS? Coordina y administra redes de profesionales y empresas del rubro médico. No es ciencia (para no decir que puede ser precisamente lo opuesto). El trámite habido con la cuestión de si el glifosato es cancerígeno o no, que ha llevado años, década y media, basta para advertir que lo decisivo no es lo científico.[2]
Aguiar Pardo invoca ciencia y recurre a organizaciones administradoras que fijan posiciones diz que científicas. ¿Podemos aceptar ese pase de manos?

Aguiar Pardo repasa luego el papel y la envergadura de representantes de esa “ciencia alternativa” y los va desechando a partir de las confrontaciones sufridas por esos referentes con los científicos llamémosle ortodoxos, oficiales o normales.
No voy a hacer la exégesis de los ejemplos que expone porque no estoy en condiciones de profundizar en dichos casos. Pero sí puntualizo: 1) no es de extrañar que los heterodoxos queden peor librados que los ortodoxos en cualquier historia oficial, y 2) Aguiar Pardo ha repasado una serie exigua de “herejes”; no soy especialista en el tema y sin embargo, conozco muchísimos otros científicos objetores del discurso oficial. ¿Son todos de tan dudosos quilates como los que presenta Aguiar Pardo (un tal Milkovits retirado de Science tras un trastada, un microbiólogo norteamericano, Sucharit Bhakdi, ridiculizado con un Premio de Oro a la pseudociencia…)?
¿Se la hizo fácil Aguiar Pardo?
Habría preferido comentarios, críticas, destrozos, a Máximo Sandin, Pablo Goldschmidt, Cristina Carrera, Pietro Vernazza, Max Parry, Genevieve Briand, entre los biólogos, virólogos, matemáticos especializados en economía y médicos preocupados por la política sanitaria implantada en casi todo el mundo. Y si ampliamos el ángulo de perspectiva, me interesaría ver, si tiene, y cuáles serían sus refutaciones a planteos acerca del mundo pandemizado de Michel Chossudovsky, John Pilger, Gilad Atzmon, Giorgio Agamben o Aldo Mazzucchelli.
Por eso, la rúbrica de nuestro hombre “liquidando” a “los herejes” con un “Parece claro que las fuentes confiables no son el fuerte del negacionsimo” me resulta fuera de lugar. Es una vieja técnica oratoria, la de elegir los más débiles contradictores para resultar airoso en la contienda.
Las discusiones entre científicos, demasiado a menudo, están lejos de la unanimidad: cuando Louis Pasteur, químico y matemático, descubre los microbios como agentes patógenos, Antoine Béchamp a su vez químico y biólogo a través de sus propias investigaciones llega a conclusiones diferentes que mucho disgustan a Pasteur. La disensión fue tan tensa como para que Béchamp pudiera exponer sus puntos de vista desde prensa belga, porque “una vaca sagrada” como Pasteur, no era criticable desde la prensa francesa…
Sin remontarnos a otras polémicas, la pandemia en curso o lo que se presenta como tal, quiso atender inicialmente la insuficiencia respiratoria valiéndose de “respiradores”. La mortandad continuada, y tal vez agravada, más algún rasgo inteligente, llevó a algunos sanitarios y revisar sus postulados, advertir que no era insuficiencia pulmonar sino aparición de trombos la causa de la enfermedad y combatir esas trombosis con anticoagulantes a veces tan sencillos como aspirinas.
No sé si esos penosos palos de ciego fueron reconocidos como tales por los servicios médicos que los adoptaran.
Pero son ejemplos que quitan tota aureola de infalibilidad y precisión a lo científico, al estar encarnado, “bajado a tierra”. Porque la ciencia no es verdad revelada, carece de la apodicticidad que parece atribuirle Aguiar Pardo; el conocimiento científico ha sido descrito, para mí con acierto, como “una sucesión de errores fecundos”. Allí, el acento está en la ignorancia vencida, no en el saber “firme como una roca”. Para advertirnos ante la soberbia de los científicos, no de la ciencia, me parece muy recordable esta observación de José Ortega y Gasset: “¿Es el científico un «ignorante instruido»? [...] No es un sabio porque ignora formalmente cuanto no entra en su especialidad; pero tampoco es un ignorante, porque es «un hombre de ciencia» y conoce muy bien su porciúncula de universo. Habremos de decir que es un sabio ignorante, cosa sobremanera grave, pues significa que es un señor el cual se comportará en todas las cuestiones que ignora no como un ignorante sino con toda la petulancia de quien en su cuestión especial es un sabio.”
Aguiar Pardo invoca la universalidad del uso del barbijo como prueba que los impugnadores, desconfiados, no han encontrado eco en ninguna sociedad o dimensión social atendible. Sin embargo, tomando ese mismo adminículo, entiendo que existen muchas diferencias en su uso: desde disposiciones donde se aplica todo el tiempo en todas partes a prácticamente todos los humanos, hasta otra en sociedades donde el barbijo sólo es exigido cuando la proximidad entre humanos es muy alta y en lugares cerrados. En concreto, esa diferencia puede andar entre 16 horas diarias (suponiendo, tal vez erradamente, que los portadores no lo usen durante el sueño) o 24 horas, y pocos minutos al día (al entrar en local cerrado y con más gente). Una diferencia de uso de 1 a 100. La universalidad pierde aquí por goleada.
El autor de “Los negacionistas” tiene en general una actitud mesurada y advierte las potencialmente devastadoras consecuencias de ciertas medidas, como el distanciamiento sobre la sociedad, sus integrantes y particularmente los niños.
Pero soslaya la política de miedo que los medios masivos de incomunicación de masas han prohijado y eso me hace pensar que flaquea su percepción de la realidad. Comportamiento, el mediático, que a mi modo de ver, sólo es entendible como una política, no como un reflejo objetivo de la realidad.
No acercarnos a la siempre esquiva y compleja verdad sino, atemorizarnos. Usando, eso sí, recursos sumamente eficientes: 1) el miedo, consustancial a los seres vivos (en general, es un gran preservador de la vida, pero a veces es sólo abdicación de la conciencia) y 2) la invocación a la ciencia.[3]
El estado del mundo actual, el grado de concentración de poder, sin precedentes, de los actuales titulares de dichos poderes; la progresiva medicalización de la sociedad que incluye la cuarentenización generalizada de población sana (un hecho sin antecedentes históricos en la ya larga historia de enfermedades y cuarentenas); y en otros órdenes de la sociedad que vivimos; la existencia reiterada de atentados de falsa bandera, la presencia de redes secretas de seguridad que generalmente empezamos a conocer sólo cuando su fuente de poder ha sido desmantelada, como podemos hablar hoy de la NKVD soviética, la AVH húngara, la SAVAK iraní.[4]
Aguiar Pardo se permita cerrar su diatriba: “la fantasía del complot mundial, este contrarrelato del terror sanitario creado artificialmente para dominarnos es, además de inverosímil, maquiavélico y de una debilidad argumental inquietante. Su matriz conspirativa, esencialmente dogmática, lejos de promover la duda y el escepticismo sanos, que están en la esencia de la mentalidad científica […] erosiona la confianza en los sistemas de salud, las autoridades sanitarias, los medios de comunicación y la ciencia misma.”
Nuestro hombre ha dado vuelta la tortilla: los dañosos son los escépticos, los que dudan y, en cambio, lo valioso es la adhesión incondicional, absoluta, al poder oficial. De “las autoridades sanitarias”, de “los medios de comunicación” y su política de miedo.
Me permito recordarle que la ciencia no es verdad revelada, carece de la apodicticidad que parece atribuirle Aguiar Pardo; el conocimiento científico ha sido descrito, para mí con acierto, como “una sucesión de errores fecundos”. Allí, el acento está en la ignorancia vencida no en el saber “firme como una roca”.
No advertir el carácter dirigido del mensaje mediático, la política que, por ejemplo el big pharma lleva adelante, no es ingenuidad solamente; dejo a Aguiar Pardo que lo califique.

[1] Véase mi reportaje a César Milstein, suplemento FUTURO, Página 12, Buenos Aires, 10 octubre 1991. Lamentablemente, no lo tengo digitalizado.
[2] Remito a mi nota “Transgénicos: veinte años después“, 3 jun 2018, aparecida en diversos sitios-e y en mi blog, https://revistafuturos.noblogs.org/.
[3] El psicólogo estadounidense Stanley Milgram hizo hace medio siglo un experimento decisivo para mostrar como en general los seres humanos son influenciables por quienes saben manejar argumentos de autoridad, científica. Parece que a esta altura del partido, hay muchos influencers que conocen la receta.
[4] Alguna excepción: hemos también conocido actuaciones de la CIA o de Blackwater gracias a investigaciones periodísticas reveladoras socializadas por Wikileaks (y la prueba del valor de tales informaciones es la reacción de los poderes establecidos contra Julian Assange y otros whistleblowers).

 

Fuente: https://revistafuturos.noblogs.org/

 

 

 

 

 


 
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